La translatio del Apóstol Santiago, una odisea por mar y tierra desde Jerusalén a Galicia

El libro tercero narra con detalle la translatio por mar del cuerpo de Santiago desde Jerusalén a Galicia. | CAMINOS PEREGRINOS

El Liber Sancti Iacobi, más conocido como Códice Calixtino, redactado y compilado a lo largo del s. XII, ha pervivido siempre bajo la sospecha de que fue fraguado por el célebre arzobispo compostelano Diego Gelmírez, con el fin de agrandar el mito de la ciudad de Santiago y atraer al mayor número de peregrinos, encumbrando a Compostela a la altura de Jerusalén y Roma. Se compone de cinco libros y junto con el quinto, que se denomina Liber Peregrinationis (la célebre guía del peregrino de Aymeric Picaud), destaca el tercero que, basándose en relatos de siglos anteriores, narra con detalle la translatio por mar del cuerpo de Santiago el Mayor desde Jerusalén a Galicia. Una gran incógnita que debía ser despejada para ratificar que los restos del Apóstol se hallaban en el sepulcro de la catedral.

Santiago, pescador en ese bíblico lago de agua dulce que es el mar de Galilea, habituado a faenar junto a su hermano Juan y su padre Zebedeo, fue trasladado hacia su morada eterna en una última y épica travesía por mar cruzando del Mediterráneo al Atlántico, desde el puerto israelí de Jaffa hasta el de Iria, en Galicia, en la unión de los ríos Ulla y Sar. El Apóstol es decapitado en Jerusalén entre los años 41 y 44 por orden de Herodes y, posteriormente, varios de sus discípulos recogen sigilosamente el cuerpo y lo depositan en una barca, trazando rumbo a Hispania, donde según la tradición había predicado el mismo Santiago. Respecto a su evangelización en la Hispania romana, Luis Vázquez de Parga apuntaba a que se afirma expresamente en la versión latina de los catálogos greco bizantinos de los siglos V y VI, aunque su certeza se diluye en los laberintos de la narración, la tradición y la historia.

A lo largo de siete días atraviesan con éxito el vasto piélago. | CAMINOS PEREGRINOS

Un viaje de siete días bajo los designios de Dios

Durante siete días, sin más guía ni timón que la mano de Dios, atraviesan con éxito el vasto piélago y llegan al puerto de Iria, donde amarran la barca a un pedrón, un miliario que más tarde daría su topónimo a la población de Padrón y que hoy se localiza bajo el altar mayor de su iglesia de Santiago. Con la viva intención de sepultar el féretro del Apóstol en el lugar más apropiado, los discípulos se dirigen hasta un castro situado tierra adentro, donde se encuentran con Lupa, la dueña de esas tierras. Astutamente, ella les aconseja que se dirijan a hablar con el rey de la ciudad de Dugium o Duio, antigua población cercana a Fisterra. Llegados allí, se entrevistan con él y le piden un lugar para el enterramiento. El rey no solo desoye sus peticiones sino que les prepara una trampa, que no tiene los efectos deseados puesto que los discípulos se perciben de inmediato y se fugan. En su huida atraviesan un puente y, tras su paso, milagrosamente, la construcción se derrumba y los soldados son arrastrados por la corriente.

Durante siete días, sin más guía ni timón que la mano de Dios, atraviesan con éxito el vasto piélago y llegan al puerto de Iria, donde amarran la barca a un pedrón

Llegados los discípulos de nuevo al castro, la pagana Lupa rumia otro ardid para acabar de una vez por todas con sus vidas, enviándoles al monte Ilicino, el actual pico Sacro que se emplaza a 15 kilómetros de Compostela. Les invita a recoger una pareja de bueyes con los que desplazar el féretro. Nada más apostarse en la montaña les sale al paso un dragón, al que dan muerte; justo después se topan con los bueyes, que no eran mansos sino bravos, y tienen que huir ladera abajo para no ser embestidos. Consiguen amansarlos y, tras uncirlos al yugo, regresan a la morada de Lupa, que termina convirtiéndose al cristianismo tras presenciar semejantes prodigios. Finalmente, tras aprobar el enterramiento del cuerpo del Apóstol, los discípulos habilitan el sepulcro en el paraje de Liberum Donum o Libredón, construyendo encima una pequeña capilla. El paso del tiempo cubrió el mausoleo de vegetación y tuvieron que pasar cerca de ocho siglos hasta que lo descubriera por revelación divina el asceta Pelayo, encendiendo en plena Reconquista la chispa de las peregrinaciones a Compostela.

De una capilla en el lugar de Liberum Donum a la catedral recién restaurada. | CAMINOS PEREGRINOS